jueves, 5 de noviembre de 2015

¡Qué nos gusta un salseo!

¡Buenos días mis queridos Cancanos!

¿Os acordáis del relato que os contemos el jueves pasado?

Pues hoy, ¡Por fin toca saber cómo acabará la historia protagonizada por Edgar!

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Ya solo quedaban 48 horas para que la cita tuviera lugar y la cabeza de Edgar no podía parar de dar vueltas. No estaba nada seguro de lo que había hecho el día anterior, no era propio de él.

Eran tantas las preguntas que le pasaban por la cabeza… “¿Si pierdo la virginidad por primera vez de esta manera, dejaré de darle importancia a los sentimientos durante las relaciones sexuales?” “¿Me convertiré en uno de los muchos gays promiscuos que sólo piensan con la cabeza de abajo?” “¿Seré incapaz de ver el alma de un chico y sólo podré ver un trozo de carne?” “¿Realmente quiero que la primera vez sea así? y así sucesivamente.
Para alejar durante un rato todas esas preguntas de su cabeza, pensó que sería buena idea evadirlas contándole a alguien lo sucedido, así que llamó a su amigo Andrés para quedar a media tarde en el parque de siempre y fumarse un cigarrillo. Necesitaba sentirse respaldado y oír que había tomado la decisión correcta. Escuchar lo que quería oír para sentirse mejor.

Para no romper la tradición, Andrés llegaba tarde. Muy tarde. Y Edgar ya había inhalado seis cigarrillos en menos de treinta minutos. Estaba al aborde del ataque de histeria, pero al fin llegó su colega. Ahí estaba él, con sus andares chulescos y mirando, como de costumbre, la pantalla de su teléfono móvil. Debo confesaros que ¡Este chico es jodidamente atractivo! Cara bonita, labios apetecibles, morenazo de piel, pelo ceniza y ojos azules… Lástima de su carácter y sobretodo, de su corazón: frío como el hielo e incapaz de amar a alguien en su vida.

Después de escuchar sus disculpas, típico de él cada vez que se presentaba tarde, que era siempre. Edgar decidió ir al grano y contarle que en dos días tendría una cita con un chico del chat. Éste recibió exactamente la respuesta que se imaginaba: una enhorabuena y un abrazo eufórico de su mejor amigo. A todo eso se añadió: “Bueno y qué tío, por fin… ¡¿Por fin lo haréis?!” exclamó Andrés a pulmón. “¡Shhht! ¿Te quieres callar? ¿O a caso quieres que se entere todo el vecindario de que soy virgen?” respondió Edgar con el ceño fruncido a lo que Andrés le regaló una de sus maliciosas pero a la vez encantadoras sonrisas.

Pasó un Ángel. Y dos. Y tres. Hasta que Andrés cortó el silencio y dijo: “Bueno pequeño, ¿Entonces tendré que darte algunos consejillos para el gran día, no?” Y allí fue cuando su mejor amigo desenvolvió sus conocimientos y empezó a cantar la lista de cosas que debía tener en cuenta para su “desfloración”: depilación completa, comprar preservativos, acicalarse bien, comprar lubricante y… Sobretodo ponerse de acuerdo con sus preferencias sexuales. Todo fue perfecto hasta que Andrés pronunció esas dos últimas palabras. Cuando Edgar escuchó eso le detuvo en seco. “¿¡Cómo preferencias sexuales!? ¿¡A qué te refieres!? Exclamó el protagonista de este relato, quién vio como su amigo se puso las manos en la cara diciendo  que no con la cabeza. “Pues tío… Ya sabes… Si te gusta morder la almohada o… Soplar la nuca…” Dijo Andrés ruborizado. Edgar se quedó como si escuchara chino, cosa que hizo que su amigo se pusiera nervioso y soltara por su boca: “Pues que si eres pas..” Y Edgar lo cortó en seco: “¡Vale vale vale! Lo he entendido!

Edgar, avergonzado sin saber qué contestar, decidió cortar la conversación rápidamente e irse a casa, poniendo como excusa que tenía que preparar la cena a su hermana pequeña. Cuando llegó a casa, no sabía si la quedada con su amigo le había servido de ayuda, o para ahogarlo aun más en las profundidades de sus dudas.

Tan solo quedaban 24 horas para la cita con el chico misterioso del Chat. Edgar se tomó toda la mañana para seguir los consejos que Andrés le había dado el día antes. Así que se levantó temprano y empezó a realizar todas las tareas propuestas.

Ya era el gran día, ese día que tanto había esperado Edgar para quitarse esa gran carga que lo acompañaba durante toda su vida. Pero la emoción que sentía nuestro protagonista no era precisamente la de felicidad, si no de pánico. Las dudas seguían revoloteando por su cabeza y cada vez aparecían más y más. Para frenar estas incongruencias mentales que no le dejaban tranquilo, decidió ponerse los auriculares y escuchar música mientras se dirigía a la estación de trenes que lo conducirían hasta las afueras de Barcelona para verse con el cibernauta.

Y allí estaba él. NaughtyBoy lo estaba esperando en la salida de la estación de tren. Edgar tenía miedo de no reconocerle, puesto que sólo vio un par de fotos suyas cuando hablaron por primera vez por el Chat, pero nada de eso, lo identificó a la primera. La verdad que el chico no estaba nada mal, pero tampoco despertaba demasiado el interés de Edgar. Se saludaron con un par de besos y el chico lo condujo directamente hasta su casa, que estaba a cinco minutos a pie de la estación.

Durante el camino la conversación fue mínima y Edgar se sentía incómodo, pero solo tenía en mente el momento del coito. Definitivamente estaba decidido a hacerlo para no volver a pasar por la misma historia y los mismos dolores de cabeza. Cuando llegaron a casa, Edgar le preguntó al chico: “Oye, ¿Qué película vamos a ver?” y NaughtyBoy le contestó: “Alguna tendré por allí, aunque a mí nunca me gusta verlas hasta el final” le guiñó un ojo y agregó: “Ponte cómodo que enseguida vuelvo, voy al baño”.

Habían pasado más de cinco minutos y el chico del chat seguía en el lavabo, “¿Qué demonios estaría haciendo?” se preguntó Edgar. Así que, harto de esperar, decidió hacer un tour propio por la casa. Era un piso de lo más normal. Típico. Hasta que se topó con la habitación de NaughtyBoy. Identificó a la primera que sería la suya, ya que estaba repleta de flyers de fiestas gay y de pósters cuyos protagonistas eran chicos enseñando el torso que no dejaban nada a la imaginación. Deslizó su mirada hasta un pequeño armario de color negro. Como dice el refrán “La curiosidad mató al hetero” así que Edgar fue directo hacia el armario y lo abrió. Se quedó con la boca abierta. En ese armario había cantidad de aparatos sexuales que, francamente, desconocía el uso de casi todos. Pero solo tenía claro una cosa: que el chico que estaba en el baño era fetichista sexual y que no tendría nada de delicadeza a la hora de ‘desflorarlo’.     

Edgar al ver todo eso, le entró el pánico y su instinto lo condujo hasta la salida del piso.

Cuando sentó su trasero en el incómodo asiento del tren, Edgar suspiró. Ese suspiro fue más placentero que el que hubiera tenido al librarse al fin de su compañera Virginidad.  

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¡Pues hasta aquí la historia de Edgar! ¿Hubieráis hecho lo mismo que él?

¿Créeis que hizo lo correcto, o tendría que haberse librado de la virginidad de una vez sin darle importancia a los sentimientos?  

Animaros a interactuar con nosotros, ¡Nos encantaría saber vuestras opiniones Cancanos!

Pasad un feliz jueves y hasta mañana.


M.


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